Buscar dentro de HermanosDios

Aparición con vida de Julio López

"A qué hora?”.
“A las cuatro y media de la tarde en la puerta de prensa”.

“Aguante, loco”.

Llego al playón al trote porque, como siempre, se me hacía tarde. Hace calor. Tengo traspirada la frente, siento el chivo debajo de los sobacos, la remera pegada a la espalda, me pica el cuerpo. Me abrigué de más, pienso, soy un boludo. Me saco la campera y el buzo. Me quito los auriculares de las orejas y cuando intento guardar los cables en la campera me hago un nudo. Estiro el cogote, miro para los cuatro costados, el gallina no está. ¿Habré llegado tarde?, pasaron sólo cinco minutos, no van a ser tan hijos de puta de dejarme de garpe, especulo. La gente se amontona en las puertas de acceso con los brazos en alto, la entrada en la mano, preguntan, gritan, no sabén por donde tienen que entrar. El sol pega de lleno. Busco los cigarrillos en los bolsillos del buzo, primero, y en los de la campera, después. Los encuentro y me prendo uno. Saco el celular del bolsillo del pantalón y le mando un mensaje al gallina. Al lado mío hay dos tipos que discuten con un control: nos mandan de acá para allá, se quejan, ¿por donde entramos?, quieren saber, el nene que está agarrado a la mano de uno de los hombres está a punto de largarse a llorar, el control se da vuelta, le levanta la pera a un compañero: no sé, loco, le dice el otro, mandalos para la Lugones. Por fin lo veo a Nahuel. Le pego el grito y me le acerco. En el camino me choco con las cientos de personas que van y vienen al trote: el Tano, Marquitos, me presenta Nahuel. Nos damos la mano, uno de los dos me pide fuego, busco los fósforos en los bolsillos, y como no los encuentro le paso el cigarro: ahí está el gallina, dice Marquitos, apuntando con el dedo. Lo veo, está traspirado, acelerado, y tiene una sonrisa algo tensa en la boca: ¿qué hacés, Marian? Pónganse esto, pide. Nos pasa unas credenciales: ahí vamos, jefe, le dice el gallina a uno de traje que nos está esperando. Nos colgamos del pecho las credenciales -la cinta tiene los colores de la Argentina y el cartón es de color verde, sin plastificar-, encaramos en fila india, apurados, nos chocamos con algunas personas que están agarrados a la baranda, pasamos unas rejas que están dispuestas en zigzag y nos frenamos frente a un grupo de controles: vienen conmigo, les dice el tipo que nos está haciendo entrar. Pasamos otro control, ya la puerta del club, las mismas directivas, los mismos gestos y músculos rígidos de los controles, y en menos de un minuto estamos en el anillo del monumental. Un tipo habla a los gritos por celular, se agacha, se levanta, una nena con la remera de la selección espera angustiada. Pasan dos policías con chalecos anaranjados, muy tranquilos; uno relojea al tipo del teléfono que ahora camina nervioso de acá para allá. El hombre de saco que nos hizo entrar, de bigotes, serio, engominado, el handy en la mano, nos marca con el dedo la última puerta. Encaramos, embalados, pero nos cierran el paso. Se ve la cancha, el puentecito que nos va a dejar en el campo de juego, el pasto, las tribunas: son los de Lopez, informa nuestro contacto. Los tres o cuatro tipos de seguridad nos echan una mirada: cuelguen las cosas ahí que nosotros se las miramos, proponen, casi sin lugar a la negativa. Después de un instante de duda colgamos las camperas y buzos de un gancho que sale del vértice de la puerta. En una mesita hay tres laptops en las que se puede ver la foto digital de algunos de los periodistas acreditados que ya están dentro de la cancha: gracias, muchachos.
La cancha está casi llena. La pista de atletismo, la espalda de los carteles de publicidad, la cámara de un canal de televisión sobre un carril por el que se va a trasladar a la par de una jugada por este costado de la cancha, el campo de juego que parece el paño de las mesas de billar de club Colegiales, el cielo bien azul, las tribunas, las colores de la selección por todos lados, el ruido ambiente. El gallina saca la bandera de la bolsa, le pasa una de las puntas a el Tano y le dice que se aleje. El trapo empieza a ganar forma, se estira, se puede ver la consigna. Me pongo entre el gallina y Marquitos: agarrá el trapo de arriba y de abajo para que no se infle. Empezamos a caminar por la pista de atletismo, en paralelo a la platea Belgrano. Nahuel nos sigue y saca fotos. Bajan los primeros aplausos. Asomo la cabeza por arriba del trapo, veo que la gente se para, mira, hace foco en la bandera y empieza a aplaudir. A los que están la parte baja de la platea los veo con nitidez: las caras, los anteojos para el sol, el pucho en la boca, el celular en la oreja, la ropa, la cartera sobre las piernas de ellas, los nenes y las nenas. La parte alta de la platea está muy arriba, pareciera que se te viene encima. Busco a un amigo que me dijo que iba a estar ahí. Seguimos caminando, a paso lento. Nahuel se pone adelante nuestro y saca más fotos. Cada tanto no miramos entre nosotros, nos mordemos los labios, pegamos algunos gritos, agitamos a la gente con los que cruzamos la mirada. La aprobación de parte de la gente sube y baja en intensidad, pero se mantiene firme.

Llegamos a la curva que nos deja frente a la tribuna visitante, la Centenario. Caminamos por detrás del arco. En la parte media hay unos cinco mil hinchas chilenos. Desde arriba no nos ven porque no les da el ángulo. Más aplausos, alguna canción improvisada de parte de algunos pibes que están motivados: ¿dónde está Lopez la puta que lo parió?. Pasamos por al lado de unos bomberos de la policía federal: nada. Los hinchas de la marea roja también aplauden.

Cuando encaramos la otra tribuna que ocupa el largo del campo de juego, la San Martín, nos vemos obligados a caminar por el pasto porque los bancos de suplentes y las mangas por donde entra el equipo visitante y los árbitros, nos impiden el paso. El campo de juego me pone loco, es una locura, una obra de arte, pisar el césped es maravilloso, el sol hace resplandecer la humedad del verde y me encandila la vista. Desde la San Martín no nos dan mucha pelota, hay indiferencia -no nos ven, pienso-. Nahuel nos hace frenar, se agacha y nos saca otra foto.

Cuando llegamos al otro arco, frente a la tribuna local, la Almirante Brown, donde están los Borrachos del Tablón, enseguida, ni bien nos ven llegar, nos regalan un aplauso emotivo, fuerte, caliente. Veo a los pibes agitando los brazos, la mirada clavada en la bandera. Agito mi mano derecha, grito, estoy eufórico. Atravesamos el área chica, pasamos por delante del arco, miro para arriba, el cartel de la tribuna local, los pibes que cantan, miro para atrás, la otra tribuna, la inmensidad del campo de juego, la sensación personal de que podría jugar tranquilamente, sin marearme, en esa cancha, a la que tantas veces vine a ver a River.

Terminamos de dar la vuelta. Los que están ahí nomás nuestro, en la parte baja, nos aplauden de nuevo. Cruzo la mirada con algunos. Me siento bien, satisfecho. El hombre de saco, que nunca nos había perdido de vista, nos recibe. Una foto, gordo, le pide el gallina a Nahuel. Alta foto, con la cancha a nuestras espaldas, el trapo estirado, la consigna sobre la bandera con los colores de la Argentina, nuestras cabezas asomadas.

¿Podemos ver el partido en alguna parte?, el hombre afirma con la cabeza, nos pide las credenciales, y nos acompaña hasta la salida.

Gracias, muchachos.

( Argentina – Chile, primera fecha por las eliminatorias de Sudáfrica 2010 )

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Escribir

Escribir es acariciar el alma.

Empecé a escribir para estar menos solo y escribir me regaló el placer de la soledad. Esto no significa, ni un poco, que promulgue la soledad como panacea ni mucho menos como aspecto absolutamente necesario del escritor. Porque para escribir hay que conocer. Conocer en dos aspectos: conocer lo que otros ya hicieron y conocer a otros: el escritor es un observador y la soledad limita la observación. Escribir es entrar y salir, es abrir y cerrar. Es comer y vomitar. La escritura es una elección de vida que combina perfectamente la soledad y la vida social. Sin la escritura se puede vivir tranquilamente, pero con ella se puede vivir mejor.

El mundo de la escritura es tan fascinante como fascinante son las distintas personalidades que habitan este mundo. Sé bastante poco de psicología y de sociología. Pero sé que hay conductas que tienden a repetirse en diferentes personas que reúnen similares características y sé también que determinados procesos sociales se pueden advertir de acuerdo a la historia reciente, o más aún, determinados ciclos históricos tienen su razón de ser en la propia historia inmediatamente anterior.

Algo similar pasa con la escritura. Cada escritor es un mundo pero ese mundo está compuesto por algunos hechos, algunas marcas y algunos aprendizajes similares. Y a muchos les pasan cosas afines. Entonces podemos hacernos de algunas recetas. Para cocinar mejor.

Ese vecino de cuando éramos adolescentes es un personaje, nos acordamos de él, tenía entonces unos 26 años y nos parecía enorme. Lo traemos a la mente, lo vestimos, le ponemos esos anteojos que no se sacaba nunca. Pensamos si ese personaje nos seduce tal como fue o lo vamos modificando, podemos inventar su infancia, podemos imaginar su adultez. Algunos autores afirman, y yo les creo, que los relatos de ficción se hacen a través de los personajes. Uno, dos, tres personajes. Hay que definirlos. Hacerlos posibles. Y que caminen.

Ese vecino es un recuerdo. Los recuerdos son la gasolina del escritor. Escribir y recordar forman una autopista. Escribir nos lleva a recordar. Y cuando volvemos del recuerdo escribimos. Es como irse de vacaciones a Mar del Plata por la ruta 2. Y volver.

Si los recuerdos son la gasolina, el conflicto es el motor. Creo que el escritor tiene como tarea describir un conflicto, un conflicto político, el conflicto social, conflictos de relaciones humanas. No digo que la actividad de poner a la luz un conflicto deba ser un objetivo del escritor. No. Esa tarea es ontológica, está dada previamente. Escribir es desarrollar un conflicto. Sin conflicto, no hay escritura. El escritor que se destaca es aquel que puede narrar de una manera atractiva para el lector ese conflicto.

Después hay técnicas. Creo en las técnicas, absolutamente. Un cuento siempre cuenta dos historias. Manejar la tensión. El iceberg de Hemingway (lo más importante nunca se cuenta, la historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión). Presentación, desarrollo, desenlace.

Escribir es, ante todo, un ejercicio. Una vez que advertimos que nos gusta escribir, que esa actividad nos moviliza, nos conmueve, nos sirve, entonces lo repetimos y lo repetimos. Y empezamos a pasar de grado. Y ya no sólo es necesidad o placer o un juego; escribir se vuelve un oficio. Una ocupación quizás. Cada uno ahí elige para qué quiere la escritura. Como sea, el ejercicio hace al escritor. El ejercicio de leer distintos autores, distintas estructuras. El ejercicio de escribir todos los días un poco.

Hace ya un par de años que con mi hermano elegimos conocer el mundo de la escritura. Unos meses atrás mi hermano me dijo: “Pensá que de acá y hasta que nos muramos siempre vamos a tener algo lindo para hacer: leer y escribir”.

Escribir nos salva y nos enamora de la vida, al mismo tiempo.


Riki

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Noviembre 2006


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Relato de un náufrago

Cuando un escritor realiza una investigación que puede llevar días, meses o años, con el objetivo de sacar a la luz, narrar, denunciar, un acontecimiento puntual que le mueve el piso a él en lo personal, por la razón que fuese, siento respeto. Siento respeto porque en esa investigación hay trabajo, esfuerzo, horas con el culo sentado, o en movimiento, un ir y venir constante que tiene como meta conseguir información fidedigna de ese hecho u acontecimiento, para poder contarlo, narrarlo, con la mayor cantidad de datos posibles. El prólogo de la novela Relato de un náufrago habla de estas cosas, de esa necesidad que tuvo Gabriel García Marquez de escribir acerca de lo que se ha enterado. Él mismo cuenta como fue la cocina del relato, de donde viene, de qué hecho, a partir de qué cuestiones personales y públicas. El tipo se da cuenta de que no sólo tiene entre manos una proeza humana pocas veces vista -en esa época el tipo era corresponsal de un diario importante de la capital colombiana-, sino que hay más: un trasfondo político condimenta la historia de manera fabulosa. De hecho, la publicación de su versión de los hechos, le termina costando un exilio. El colombiano se decide y después de una serie de entrevistas con al famoso náufrago, escribe la travesía.
Garcia Marquez coloreó el relato original, le puso vuelo propio a las palabras, a las oraciones, a los párrafos, pero no a los hechos. Gabo le puso literatura a una historia que no podía dejar de ser escrita.
El relato es atrapante. Estamos hablando de una situación límite. Se exponen sensaciones que sólo en ese tipo de situaciones pueden aflorar, no en cualquier otra. No las conocemos, por lo menos yo. Nunca me caí con un avión en la cordillera o quedé flotando en una balsa por diez días en el medio del océano. La experiencia personal de este pobre marinero es de por sí, excepcional. Y a García Marquez le quedó la descripción, la exactitud, la minuciosidad de cada una de las palabras elegidas para decirnos como fue la experiencia de ese hombre de unos veintipico de años. Hay mucha información relacionada con el océano, sus colores, su oscuridad, su aroma, su movimiento, su no finito. También se describe, como pocas veces leí, el cielo, el aire, el viento. Hay una constante descripción de la naturaleza: amaneceres y atardeceres, frío y calor, lluvia y sol, mucho sol( el caribe ), fauna marítima, desde unos tiburones que le rodean el bote todos los días a la misma, peces de todo tipo, tortugas y gaviotas. Y por supuesto, al autor escribe de manera precisa sobre las emociones que se le despiertan a un tipo que está diez días en manos de Dios, en el medio del mar, sin nada más que su propia fuerza y su, posible, fe. La historia pide que la leas y que no hagas ninguna otra cosa hasta terminarla. Y lo haces en uno o dos días. Es una cronología, el narrador va contando desde el día uno hasta el día diez las cosas que le van pasando.
Súper recomendable, muchachos y muchachas.

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Gabriela clavo y canela

¿Es una de las novelas más preciosas que leí? Si. ¿Porqué? Porque está escrita con una prosa ligera, alegre y sumamente musical, muy llevadera, de buen gusto y llena de lenguaje costumbrista, local y de época. Es cierto que no he leído cientos de novelas, que la lectura fuerte y comprometida, gustosa -esto de hacer dobles y hasta terceras lecturas de un párrafo-, arranca con el taller de escritura de Sandra y Xtian, pero así es como me siento, sobrepasado de imagenes, colores, sensaciones y cierta melancolía por haberla terminado.
La edicion que acabo de leer es vieja, de 1984, y colombiana: "impreso en Bogota, Colombia", reza el libro en su segunda hoja. Y es de tapa colorada. Estos detalles hacen a la cuestión, porque particularizan mi relación con la novela.
La historia que cuenta Jorge Amado - el escritor nacido en uno de los lugares más exóticos del planeta: Salvador Bahia, Brasil - es una historia de amor acontecida en el año 1925 en una pequeña ciudad costera llamada Ilheus, cerca de Bahía. La trama de la historia se desarrolla en medio de las convulsiones políticas, económicas, sociales y culturales que sufre la ciudad a partir de la plantación y exportación masiva del cacao, un producto que tiene una muy fuerte demanda dentro y fuera del país. Las zafras generan ganancias millonarias y la prosperidad atraviesa a todos los estratos sociales. Llega gente de todo el país para sacar provecho de la situación. La vida social del pueblo en la calle, en los bares, en los cabarets, en las conferencias, en los salones de baile, en la intimidad de sus casas, es graficada de manera notable por el autor. A partir de la descripción minuciosa de unos cuantos personajes, uno entra en contacto con la idiosincracia, los modos, la conducta, la moral, los valores, no sólo de un pueblo sino también de una época. Están el dueño de un bar(la pata masculina de la histoiria de amor), una mulata que llega desde el sertao(una zona desertica del nordeste brasilero en donde lo único que hay es hambre) para ganarse la vida de lo que sea(la pata femenina de la historia de amor), varias familias tradicionales de la zona encabezadas por un coronel que es dueño de grandes extensiones de tierra, amo y señor de los designios del pueblo y de su gente, un joven que viene desde Rio de Janeiro, emprendedor, símbolo de las ideas de progreso que se enfrentará politicamente con los latifunditas y les disputará el gobierno y el poder, comerciantes, peones, poetas, estudiantes, putas, viajeros, campesinos. Jorge Amado nos habla de comidas, de ingredientes, de sabores, de aromas, de costumbres religiososas, de la magia negra, la macumba, del afro, del baile, de los tambores, de la capoeira, de la navidad nordestina, del mar, de los morros, del sol, del calor, de los negros y mulatos, de la pobreza, del hambre y la desesperación, de la riqueza desmesurada de los hombres de la tierra, brutos, bravos, hombres que se ganaron la vida a los tiros y que mandan a sus hijas a los colegios mas recatados y moralistas, de los amantes de las letras, y, aquí de lo más jugoso de la novela, de las interminables y impredecibles relaciones entre hombres y mujeres, amores, infidelidades, traiciones, despechos y hasta asesinatos por adulterio.
Un retrato de época genial, objetivo, deslumbrante. Jorde Amado es un enamorado de su tierra, y de su gente, un verdadero transmisor de la cultura nordestina del Brasil, sus orígenes, sus atropellos, sus avances y retrocesos.
Recomiendo fervientemente su lectura. Un placer.

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Fútbol

“Manu, cuando quieras nos vamos”. Botafogo gana 2 a 1 (3 a 1 en el global), Botafogo tiene 10 hombres, River 9. Faltan sólo 20 minutos para que termine el partido. River tiene que hacer 3 goles para clasificar. Manu me responde negando con la cabeza. Se quiere quedar.

Es jueves a la noche. Estoy en la cancha de River con Manu. River es una banda, se equivoca en los pases. Ortega se pierde un par de goles. Gol de Botafogo. El campo de juego está mojado, los jugadores se resbalan (y se resbalarán durante todo el partido). Sólo se resbalan los jugadores de River, los de Botafogo no. Pienso que River tiene problemas hasta con el utilero.

Gol de River. Expulsan al mejor de Botafogo. River tiene que hacer dos más. Hay posibilidades ciertas. River mejora en el juego y llega un par de veces al arco con claridad. Termina el primer tiempo.


Empieza el segundo tiempo. Pasarella no hace cambios: lo deja a Lusenhof en el peor partido de su vida y con amarilla. Botafogo saca el único delantero y pone un defensor. River con 11, Botafogo con 10. Pienso humildemente que la cosa es sencilla: ellos no atacan más (eso lo puede observar hasta mi mamá), hay que dejar que la revienten, que la pierdan solos, no apurar, queda todo un tiempo. No, River pega y pega y pega. Se para el partido. Se para otra vez. Pega otra vez. Lusenhof pega una patada propia de un retrasado mental. Roja, afuera. 10 contra 10. Los negros se agrandan.

Botafogo mete el segundo. Y empieza el baile. Es un escándalo. Los negros se comen 3 goles hechos. Pienso que nos vamos a comer el papelón de nuestras vidas. En ese momento juro que apostaba todos mis bienes a doble o nada a que River no levantaba ese tomuer. Expulsan a Ahumada.


El público de River canta: “Pasarella botón, Pasarella botón, sos un hijo de puta la puta madre que te pario”. Un minuto después: “Hay que saltar, hay que saltar, que esta noche se va Aguilar”. Tres minutos después la gente va por todo apropiándose de un cántico memorable de la historia argentina: “Ooo, que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.

Hay un gol de River. No lo gritó. Otro gol de River. Aplaudo. Quedan 10 minutos. Otra vez me pongo nervioso. Me molesta ponerme nervioso. Todo el primer tiempo y hasta el segundo gol de Botafogo transcurrí por ese estado del hincha de fútbol que se mueve, se rasca, le hace cosquillas la panza, putea, sufre. Después de ese segundo gol de los brasileros, perdí toda esperanza entonces no más nervios, sólo mal humor. Con el tercer gol de River soy un ser humano poco racional y demasiado nervioso. Ya me comí las uñas, ahora voy por los dedos.


Llegamos al tiempo suplementario. No queda más nada. Estamos en la platea media Sivori. Y hay teles. Se ve el partido también en la tele. Veo que es el minuto 46 del segundo tiempo (adicionaron tres, faltan solamente dos) y es saque de meta del arquero de Botafogo, que está en el arco contrario a nuestra platea.

Es miércoles a la noche. Estoy cenando. Termino de escuchar el hermoso recital de Las Pelotas en el Pepsi. Termina el partido de Boca y me resulta precioso que quede afuera de la Copa.


Minuto 48 del segundo tiempo. No se cómo la pelota llega a los pies de Ortega por el sector izquierdo del ataque de River, no tiene marca pegajosa, puede levantar la cabeza y manda un centro. Se ve un hombre que salta y cabecea esa pelota. Se ve que esa pelota entra al arco. Me vuelvo absolutamente loco. Agarro a Manu, lo pego a mi cuerpo y gritamos abrazados el gol más emocionante desde que compartimos nuestras vidas.

Riki

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Te aMolotov

Te aMolotov


Es lunes. Son las 6 de la tarde. Estoy solo en la oficina. Ahora puedo trabajar tranquilo y escribir. Más tarde voy a correr al Parque Saavedra. Suena el celular.

Salgo corriendo de la oficina. El viaje en subte es penoso. Apretados, doloridos, salvajes, así viajamos los porteños a la hora pico. Pienso que quizás lo merecemos. Es un círculo. Somos individualistas, mal educados, soberbios, provocadores, esquizofrénicos, ciclotímicos, histéricos. El viaje en subte es la forma de pagar nuestro comportamiento. Me bajo en Juramento.

Son las 8. Otra vez en Juramento. Vuelvo al centro. Me entusiasma la noche que me espera. En otro momento de mi vida lo hubiera pensado más, hubiera dudado. Hubiera dicho que no. Y después me hubiera arrepentido. Ahora tengo 30 y todo es distinto. Cuando Mariano me dijo por teléfono que me invitaba a un recital privado de Molotov, ni repasé lo que tenía que hacer. Agradecí la gentileza, dije sí. Y me fui del trabajo. Y ahora estoy volviendo para el centro.

Mariano agita por mensaje de texto, primero tira una hora de encuentro pero no lugar, después aparece un lugar donde encontrarnos para aguardar allí la cita final. Av. 9 de Julio y Av. de Mayo. Para allá estoy yendo. Tengo la cámara de fotos en la campera.

Estamos en el colectivo. Tenemos que ir a Carlos Pellegrini y Libertador. Buscamos a Diego. Mariano invitó a La Negra, Meli, Mel, Santo y a mí. No sabemos casi nada de lo que nos espera. No nos importa.

En la esquina un chico dice que es Diego, que esa es la camioneta que nos va a llevar, que en 10 salimos, que si queremos chupetines agarremos y que fumemos antes de subir. También dice que hay sushi y whisky pero que es mentira.

Arranca el transporte y se dirige a Villa de Mayo, a unos 40 kilómetros de la Capital Federal. Copamos la parte de atrás. Adelante va Diego con cinco o seis personas más. Mariano nos cuenta algo del concurso que ganó su hermano. Su hermano se la pasó estudiando Molotov toda la semana. Nos damos cuenta que nos olvidamos de comprar un cajón de cervezas y de traer la yerba de casa. Nos reímos en la panamericana. Mariano va a viajar a Estados Unidos en diciembre. La Negra también es abogada. Santo está vestido para la ocasión.

En Villa de Mayo está más fresco. Diego sigue mintiendo. Una chica nos dice que no nos conviene bajar del micro. Bajamos y esperamos. Es un barrio residencial. Hay gente que tiene mucha guita en Argentina, algunos deben tener casa por ahí. En la calle que bordea la quinta donde va a tocar Molotov hay varios coches y unas 40 personas comienzan a agruparse en la puerta de esa quinta. Nosotros ponemos los pies en la rueda de un auto y apoyando las manos en el techo del auto para sostenernos, vemos por arriba del muro de la quinta y advertimos las características del próximo espectáculo: un escenario importante, muchas luces, muchas, al aire libre, un jardín extenso.

Pasan los minutos. Está fresco y no tenemos novedades del futuro de la noche. Estamos todos en la puerta de la quinta. Sacamos algunas fotos. Un muñeco se acerca con intención de provocar una conversación, apuntando principalmente a Meli. Diego aparece con cuatro birras de litro. Mel festeja y expresa que la noche es ahora más adecuada. Diego promete lo que no cumple y nos da lo que antes había negado. Es raro este muchacho. No. Es chanta.

Está previsto un recital de Molotov para MTV en el contexto de un programa de cocina y rock. El hermano de Mariano, ganador de un concurso en ese programa e invitado especial de la jornada, sale a buscarnos a la puerta. Buenísimo. Entramos.

El jardín está muy iluminado, hay cámaras por todos lados, técnicos, sonidistas, productores, directores, asistentes. No hay comida, ni bebida, ni drogas, ni gatos. Anoto que no voy a terminar a las cinco de la mañana en la panamericana meando cada cinco minutos. Es simplemente un set de televisión. Nosotros somos los extras sin salario. Hay acusaciones de fraude laboral. Alrededor de 100 personas nos acompañan en la espera de Molotov. La prueba de sonido se extiende. Diego nos da recomendaciones, nos ordena en el espacio y discrimina por sexo. Hay un tipo del público que se destaca porque lleva traje, por su altura y por su tamaño. Hay colombianas. Y argentinos que se chamullan a las colombianas.

Sale a escena Molotov. Tocan tres veces el mismo tema. Los pibes quieren rock. Hay un pogo sencillo. Saltamos por un par de minutos. Ahora tocan un par de hits, siento que es la mejor parte de la noche, algo de lo que vine a buscar me recorre el cuerpo. Salto y empujo. Sacó la cámara y filmó. No puedo parar de filmar. La banda está muy cerca. Están en casa.

Suena un tema desaforado. Un grupo escaso de la escasa asistencia se descontrola, hay pogo con patadas altas. Son argentinos. Una chica de rulos que tiene el aspecto de productora general se ortiva. Termina el tema. La banda quiere seguir. Rulo no. La banda en el escenario está ahora descontracturada, en su salsa, comienzan a relajarse y a rockear auténticamente. Y MTV no los deja. La disputa gestual entre la banda que quiere seguir y Rulo que lo prohíbe es histórica. El bajista dice en un tono exageradamente mexicano: "Querían que hagamos lío y ahora no nos dejan tocar". Alguien le grita que cante rap a capela. El público expresa su mal humor: “Y Rulo se ortivó y Rulo se ortivó”. Hay cánticos en contra de MTV. Insultos. Un chico de rastas sube al escenario y putea a MTV con el micrófono en la mano. Termina el show.

Las chicas consiguen fotos con los integrantes de la banda. Los chicos conseguimos una sprite.

Son más de la una y estamos volviendo. La panamericana escucha nuestras risas nuevamente. Somos algunos más que los del viaje de ida. Sospechamos que un par son productores de MTV porque nos ofrecen una cena del Automac. Aceptamos entusiasmados. Meli come papa fritas porque es vegetariana. La Negra hamburguesa con queso. Tres combos 1 y un 4 (pedido al azar según nos cuenta Santo).

Son las 2 de la mañana. Me acuesto. Parece que va a ser una buena semana.

Riki

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Fiesta


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Bob


Para arrancar, nomás.

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Manu y Santino Dios

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