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Fútbol

“Manu, cuando quieras nos vamos”. Botafogo gana 2 a 1 (3 a 1 en el global), Botafogo tiene 10 hombres, River 9. Faltan sólo 20 minutos para que termine el partido. River tiene que hacer 3 goles para clasificar. Manu me responde negando con la cabeza. Se quiere quedar.

Es jueves a la noche. Estoy en la cancha de River con Manu. River es una banda, se equivoca en los pases. Ortega se pierde un par de goles. Gol de Botafogo. El campo de juego está mojado, los jugadores se resbalan (y se resbalarán durante todo el partido). Sólo se resbalan los jugadores de River, los de Botafogo no. Pienso que River tiene problemas hasta con el utilero.

Gol de River. Expulsan al mejor de Botafogo. River tiene que hacer dos más. Hay posibilidades ciertas. River mejora en el juego y llega un par de veces al arco con claridad. Termina el primer tiempo.


Empieza el segundo tiempo. Pasarella no hace cambios: lo deja a Lusenhof en el peor partido de su vida y con amarilla. Botafogo saca el único delantero y pone un defensor. River con 11, Botafogo con 10. Pienso humildemente que la cosa es sencilla: ellos no atacan más (eso lo puede observar hasta mi mamá), hay que dejar que la revienten, que la pierdan solos, no apurar, queda todo un tiempo. No, River pega y pega y pega. Se para el partido. Se para otra vez. Pega otra vez. Lusenhof pega una patada propia de un retrasado mental. Roja, afuera. 10 contra 10. Los negros se agrandan.

Botafogo mete el segundo. Y empieza el baile. Es un escándalo. Los negros se comen 3 goles hechos. Pienso que nos vamos a comer el papelón de nuestras vidas. En ese momento juro que apostaba todos mis bienes a doble o nada a que River no levantaba ese tomuer. Expulsan a Ahumada.


El público de River canta: “Pasarella botón, Pasarella botón, sos un hijo de puta la puta madre que te pario”. Un minuto después: “Hay que saltar, hay que saltar, que esta noche se va Aguilar”. Tres minutos después la gente va por todo apropiándose de un cántico memorable de la historia argentina: “Ooo, que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.

Hay un gol de River. No lo gritó. Otro gol de River. Aplaudo. Quedan 10 minutos. Otra vez me pongo nervioso. Me molesta ponerme nervioso. Todo el primer tiempo y hasta el segundo gol de Botafogo transcurrí por ese estado del hincha de fútbol que se mueve, se rasca, le hace cosquillas la panza, putea, sufre. Después de ese segundo gol de los brasileros, perdí toda esperanza entonces no más nervios, sólo mal humor. Con el tercer gol de River soy un ser humano poco racional y demasiado nervioso. Ya me comí las uñas, ahora voy por los dedos.


Llegamos al tiempo suplementario. No queda más nada. Estamos en la platea media Sivori. Y hay teles. Se ve el partido también en la tele. Veo que es el minuto 46 del segundo tiempo (adicionaron tres, faltan solamente dos) y es saque de meta del arquero de Botafogo, que está en el arco contrario a nuestra platea.

Es miércoles a la noche. Estoy cenando. Termino de escuchar el hermoso recital de Las Pelotas en el Pepsi. Termina el partido de Boca y me resulta precioso que quede afuera de la Copa.


Minuto 48 del segundo tiempo. No se cómo la pelota llega a los pies de Ortega por el sector izquierdo del ataque de River, no tiene marca pegajosa, puede levantar la cabeza y manda un centro. Se ve un hombre que salta y cabecea esa pelota. Se ve que esa pelota entra al arco. Me vuelvo absolutamente loco. Agarro a Manu, lo pego a mi cuerpo y gritamos abrazados el gol más emocionante desde que compartimos nuestras vidas.

Riki

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Manu y Santino Dios

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