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Naufragados



Cuando nos encontramos con Lucio en Barra da Lagoa, planificamos un par de excursiones. Una fue ir caminando desde Barra a Praia do Santinho y la hicimos al día siguiente: caminamos como cuatro horas por la orilla de una playa que no terminaba nunca, bajo un sol irregular y un mar espectacular. La otra salida consistía en recorrer y conocer el sur de Florianopolis, del lado que enfrenta al continente, el lateral menos turístico con playas supuestamente menos hermosas.

Era un día lluvioso, los parabrisas automáticos del auto se accionaban y se interrumpían constantemente. Al costado del camino miramos con alegría una arquitectura tipo colonial que se destacaba principalmente en Ribeirao da Ilha, un pueblo de pescadores y de producción de ostras. Paramos un rato y dimos una vueltita por ahí caminando, en una pausa de lo que sería nuestro destino final. Seguimos con el auto por el camino hasta un cartel que, como en un juego de mesa, nos indicaba su final. O estacionabas o volvías. Estábamos en Caieira da Barra do Sul, el sitio ineludible para caminar unos tres kilómetros a Praia dos Naufragados. Estacionamos y empezamos a caminar.


Estábamos en ojotas y el sendero era dificultoso, una porción importante tenía como suelo una especie de arcilla que, toda mojada por la lluvia reciente, generaba resbalones constantes. Para hacer cien metros en subida tardamos como veinte minutos. Nos dijeron que el camino era media hora y tardamos más del doble. Nos reíamos a carcajadas. Las ojotas y los píes arcillados resbalaban y la impotencia era casi absurda. Lucio exponía esa sonrisa grande y Juli dejaba de caminar para poder reírse en paz. La gente que volvía lo hacía con toda la ropa manchada de arcilla, riendo también. Seguimos avanzando y el camino se hizo menos dificultoso. Los árboles tapaban la luz del día y el camino me hizo recordar tanto a Villa La Angostura como a San Marcos Sierra, con la diferencia de saber que un poco más adelante se presentaba el mar. Lucio le agarró la mano al sendero. Entre la agilidad de Lucio y la precaución extrema de Juli, el cantautor nos sacó una considerable distancia. Antes y después los turistas que andaban en zapatillas nos pasaban como un BMW a un Fiat Uno en la ruta 2. El camino era atravesado por arroyos de agua cristalina. En uno de esos arroyitos paramos con Juli a mojarnos la cara y dos chicas nos pasaron sin mirarnos. Les vi sus zapatillas y me quedé pensando en la firmeza de sus pasos.

Cuando finalmente llegamos a Praia dos Naugrafados, vimos a Lucio abrazado a esas dos chicas, una de cada lado, como Tinelli y dos Tinelli`s, posando para una foto con el mar de fondo. Nos sentamos todos en la mesa más cercana al mar, el personaje que hacía de mozo tenía una guitarra pero sinella comenzó a cantar o a gritar canciones algo subidas de tono, y bailaba moviendo su cuerpo flaco y alto, mirándonos. Nos reímos mucho. Le pedimos cerveza y papas fritas y sacamos del bolso los sandwiches de queijo y presunto. Volvió el flaco con el pedido y una caipirinha para él. Se sentó con nosotros. Lucio le pidió la guitarra. Las dos chicas miraron con curiosidad, una era brasilera y la otra colombiana. Eran amigas.

El artista más importante de Almagro ajustó las cuerdas, rezongó con un gesto por la mala calidad de la guitarra y comenzó su espectáculo. Relució su bella voz y se escuchó el agradable sonido que salía de sus dedos en la guitarra. Mantel cantó en portugués una y otra canción. Vinieron más cervezas. Apenas escucharon la voz y el sonido de Lucio las chicas se encendieron. La colombiana prendió rápidamente su cámara y no dejó de sacar fotos y de filmar todas las escenas.

Mientras Lucio se afirmaba en el escenario, la brasilera de a poco parecía que se desvanecía de placer. Apoyó sus codos en la mesa y con sus manos en los cachetes sostenía su cara, los ojos le brillaban y cantaba en su idioma las canciones del artista. Sonreía con cierta melancolía. Sus ojos se quedaron en Lucio. El ruido del mar desapareció. Y el viento paró. Lucio siguió cantando y con su sensibilidad acarició a todos los naufragados de amor. La brasilera sintió que una balsa la rescataba del agua fría y profunda.

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Manu y Santino Dios

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