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Termómetro Social III (bandera del plantel de Racing)


¿Te acordás que hace algo más de dos años bancabas al modelo en voz baja? Fue de tal intensidad el bombardeo mediático aquel primer semestre del 2008 que sí, nos pasaba, algunos más y a otros menos, pero pasaba --algunos llegaron a usar la palabra verguenza- que en algunos ámbitos sociales por fuera del círculo militante, pensábamos dos veces antes de abrir la boca. Hubo muchos que rompieron relaciones con parte de la familia y con amigos de toda la vida. El asunto estaba salado. Yo no me callé ni una sola vez -lo digo sin mandarme la parte-, pero sé que a muchos sí. ¿Vos no? Dale... ¡Si hace unos días me dijiste que un par de veces preferiste cerrar el culo! No te hagas el logi, ahora. Bueno, no importa. Ya fue. El tema es que ahora estamos al re palo, embriagados con el dulce licor de un apoyo popular que vimos esfumarse de manera violenta, y que aparte -con la mejor de las leches te lo digo-, siempre soñamos, ¿o no? ¿De qué sirve este modelo si la gente no lo asume como propio? El único héroe es el colectivo, ¿o no?

No quiero delirarte, perdoná, me pongo en salame a veces, pero debe ser porque en ¡el aire se respira un clima de victoria, papá! No un partido ganado. Un campeonato, si querés. Una Copa Libertadores, ponele. ¿No notás que en general la gente aprueba y banca la gestión? Y sí, claro que es lógico, justamente. Todos los días hay anuncios e inauguraciones de obras y proyectos. Ella está más fuerte que nunca. No para. Ganamos las calles. Los pibes hacen flamear las banderas con una alegría que contagia. Y te repito: la gente tira la mejor. Están los salames de siempre, repetidores de los vómitos de Clarín, pero la mayoría banca.

¡Pará, pará! Dejame contarte algo y hablás vos. Ya te dejo.

El domingo fui a ver al Ciclón. Jugábamos con Racing. De hijos es poco; con Ramón le ganamos las últimas quince veces. Cancha llena -ese es otro dato, anotálo: los partidos se juegan a cancha llena-. Sale Racing, forman para los fotógrafos frente a nuestra platea y pelan una bandera, por el cumpleaños de Néstor -sabés que fue su cumple 61, ¿no?-, bueno, la cosa es que pelan el trapo recordando a Néstor y dándole fuerza a Cristina, y ahí nomás, la platea estalla en un aplauso, cerrado, muy respetuoso, que me erizó ¡hasta los pelos de orto, pá! Fueron cinco segundos interminables. Arrancaron las primeras palmas, la gente se paraba para que qué carajo se estaba aprobando, digamos, y en cuanto la cazaban, se sumaban, de pié, con la espalda derecha, sin gritos -tampoco fue que cantamos la marcha-, pero se estaba haciendo un reconocimiento a la figura de él y también a la de ella. Me volví loco. Tuve que sentarme, meter la cabeza entre las rodillas y hacer fuerza para devolver hacia la panza la pelota que me anudaba la garganta. Cuando me levanté tuve que limpiarme los ojos.

Bueno, eso, chabón. Quería contarte, porque el otro días nos acordábamos de lo mal que la pasábamos cuando los vendepatria del campo nos quisieron llevar puestos.

¿El partido cómo salió? Vos sos un marciano, hermano. Perdimos como unos giles, pero bueno, todo no se puede. Un colombiano nos clavó dos pepas. Y le dedicó los goles a Dios, ¿a vos te parece?

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Termómetro social II


Luciano M. tocó el bajo durante varios años de su vida. Con dedicación y una buena cuota de deseo, logró auspiciosos avances con el instrumento. Formó parte de un par de proyectos con los que parecía se le iba la vida y hasta se dio el gusto de hacer una gira por la costa argentina con una banda ricotera. Pero un día se cansó. Hoy, el cabezal valvular marca Fender que alguna vez compró en la calle Talcahuano, reposa en un costado de su habitación. Su primer profesor particular fue Yalo López, un bajista que venía del Blues, gran tipo, parsimonioso, didáctico, que portaba una cualidad que no todos logran constuir a lo largo de su carrera: cantar. Cantar y tocar (el bajo) a la vez. Él era quien le ponía la voz rasposa a los Duraznos de Gala, una banda que editó un par de discos y cuyo más importante exponente fue Botafogo, el excéntrico guitarrista de barba blanca que se codeó con estrellas mundiales del género.

Hace uno par de meses atrás, Luciano M. se cruzó en la puerta de su departamento a un hombre de unos sesenta y pico de años, flaco y desgarbado, modesto en su forma de vestir, un jubilado con tiempo libre, resignado a la soledad. El parecido con Yalo era notorio. Al poco tiempo quedó confirmada la casualidad: padre e hijo subieron en el ascensor con Luciano M, ellos hasta el piso tres y él hasta el cinco. La conversación con su ex profesor fue breve, casi de compromiso, aunque tuvo una carga de emotividad, seguramente debido a la nostalgia que nos abraza cuando el tiempo se agota de manera irremediable.

Luciano M., cada tanto, cruzaba al padre de Yalo, y lo saludaba. Lo vio dos veces, desde la ventana de su casa, limpiando con un cariño desmedido su modesto Ford Escort color bordo del año noventa y pico, o simplemente mirando cómo pasaban los coches en la avenida.

La semana pasada se encontraron en la puerta del ascensor. El hombre venía del chino, con dos bolsitas en la mano. Y Luciano M. se la jugó. Tuvo un momento de fugaz arrepentimiento, pero ya había abierto la boca:

- ¿Cómo andan las cosas, Maestro?
- Acá estamos, pibe. No tan bien como los que están en la costa, pero bien.
- ¿Se va a cocinar un bifecito?
- Sí, aunque ahora es casi un lujo.
Llegaron a piso tres. El padre de Yalo se dispuso a abrir la puerta del ascensor.
- Le hago una pregunta.
- Sí, decime.
- ¿Qué opina de la presidenta? ¿Le gusta el gobierno?
El hombre con la cara de su hijo, vestido con una remera descolorida, y en chancletas, levantó las cejas blancas, agrandó los ojos, curvó la boca, y desembuchó su respuesta.
- ¡La amo, querido!

Luciano M. subió el piso que restaba. Salió. Abrió la puerta de su departamento. Recién cuando se puso en puntas de pie para sacar un paquete de vainillas de la alacena, se convenció: "me dijo la posta; podría ser que me esté verdugueando, pero no. El tono exaltado de su voz, los brazos abiertos, la expresión de júbilo casi demente, no debería dejar dudas".

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La pluma de R. Walsh

Dos citas literarias del libro de genero policial "Variaciones en rojo", de Rodolfo Walsh.

* "Una aurora de comprensión creció lentamente en los ojos del comisario, agrandándose hasta adquirir la nitidez de la certeza" -la aurora de comprensión que anuncia la llegada de la certeza, ¡todo en una mirada!-.

* "Se interrumpió, sepultando el rostro en sus manos -yo hubiese puesto "entre sus manos", que grafica mejor aún la escena -¡Perdón, compañero!-". ¡Y qué peso tiene el verbo sepultar, carajo!

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Un año de la Metropolitana


Hoy publicamos en Miradas al Sur está nota sobre el año de la Policía Metropolitana en la calle.

De todas maneras seguimos pensando que por acá no vienen los principales dramas en materia de seguridad ciudadana. El problema de la Metropolitana es el de la película "El curioso caso de Benjamin Button", lo que aquí sería "El curioso caso de la Metro", una policía que nace vieja.

Los dramas están, por ejemplo, en la Bonaerense, en Casal, en Scioli, en León Suarez. Acá matan pibes que tienen hambre.

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KRANEAR en manos de la Presidenta de la Nación


Fue tan fácil como regalarle a un nene un caramelo y tan intenso como recibir la primera mirada decidida de una mujer deseada.

Con un grupo de compañeros de Cancillería la esperamos en la puerta del Palacio San Martín, en el barrio de Retiro, donde ella estaba participando del juramento de Fidelidad a la Nación de los egresados de dos promociones del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN). Sólo estábamos ahí, parados, bajo el sol, aguardándola. De repente hubo un tenso movimiento en la puerta. Nos dimos algunos golpecitos con los codos. A los tres segundos apareció, de negro, prestando atención a los pasos que daba sobre la escalera caracól de marmol, charlando con dos o tres de las personas que la rodeaban, Héctor Timerman, el Canciller, entre ellas. Cuando caminó frente a nosotros sobre la alfombra roja, la saludamos, le dijimos que la queríamos, y ella, resuelta compañera, entera a pesar del luto, nos sonrió y saludó con la mano. Un instante antes de que se perdiese dentro del auto oficial, la llamé, y por encima del hombro de un par de hombres de traje oscuro, le pasé el ejemplar. Agradeció, volvió a mirar, agitar la mano, tomó asiento, y alguien le cerró la puerta desde afuera. Durante los cinco segundos que el auto estuvo parado, hasta que arrancó por Arenales y lo perdimos de vista, ella llegó a sacarle el celofán, e incluso, hojearla.

La primera nota, escrita desde el corazón, sintetiza, con en el poder de las palabras, nuestro homenaje hacia él. Apostamos, ahora, haberle tocado una fibra, a ella.

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Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios