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Malabares

En la superficie llovía con fuerza, e insistencia, y la mayoría de los pasajeros, dentro del subte, a media mañana, estábamos mojados. El calzado, la ropa, el pelo. La humedad, y el calor, espesaban el aire. Como cada vez que puedo, me había acomodado en la cola del coche, donde hay un pequeño claro entre los asientos y la manga que separa los vagones. Ahí se viaja de pie, circula el aire, y casi siempre se evita el apiñamiento. Me estaba entreteniendo con una chica de unos treinta y largos años, ¡en ojotas!, que con mucha delicadeza se esforzaba para que un muchacho que estaba a su lado –atlético, con expresión recia-, le sacase conversación. Yo miraba la situación, con cierta inquietud, pero pensaba en el Programa “Precios Cuidados”. En la importancia de que las cajeras y los repositores de las grandes cadenas de supermercados también se pusiesen al hombro la tarea de velar por los precios de los alimentos. Pensaba en lo beneficioso que sería el bolsillo de todos nosotros. Pero un hombre de pelo blanco como la ceniza y la piel morena como el río Paraná, que se paró a mi lado, me distrajo de mis anhelos. Los pequeños lentes con armazón de metal le daban un toque de bondad. Parecía un buen hombre. El hombre que, quizás, si te tocase, aceptarías con alegría como suegro. Vestía un piloto oscuro, y del hombro derecho le colgaba un maletín de cuero. En cuanto apoyó la espalda contra el vidrio, sacó de debajo del sobaco el diario Clarín, lo abrió, y se frenó en la primera carilla, del otro lado de la tapa. Fijó su atención en el editorial escrito por Ricardo Kirchsbaum, uno de los alfiles ideológicos del diario, y del Grupo. Un chico de unos ocho años, con la camiseta de Leonel Messi, y unas sandalias de goma, se había puesto a hacer malabares con tres maltrechas pelotas de plástico, del tamaño de una naranja, que adentro contenían arena. Las hacía ir de una mano a la otra, pero en el camino las hacía rebotar con fuerza en el techo del vagón. Era imposible no prestarle atención, ya que el ruido ambiente no lograba amortiguar los sacudones de las pelotas contra la chapa. El hombre de pelo blanco no había levantado la vista del editorial. De la irracionalidad. Del atentado contra sus propios intereses. Estuve tentado de ofrecerle una discusión, un pequeño debate bajo tierra. Pero no. Preferí observar los torpes, aunque porfiados movimientos del nene, que tenía las mejillas y la frente húmeda, no por la lluvia, sí por la transpiración, y que ahora, aparte de pasarse las pelotas entre mano y mano, cada vez que bajaban desde el techo las deslizaba por debajo de la pierna derecha. luego de arquearse como un escorpión. Primero pensé que era un chirrido que emitían las ruedas de acero del coche al raspar las vías, pero no. Era él, que para acompañar su número de malabares, tarareaba una canción de Nueva Luna. A pesar del calor, la humedad, la lluvia, la indiferencia, y la ignorancia.

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las hermanas dios

la nariz y los pómulos de la grande
también la mirada y su pelo negro azabache
parecen calcados de la madre;
los rasgos de la chiquita, del padre.

cármen cumplirá tres años en enero
y por momentos pareciera
que tampoco a los diez logrará contener
las correntadas de emoción
que le sacuden el cuerpo de muñeca
como si sus músculos
fuesen de algodón, o seda.

sus palabras son destellos de luz
y su gestualidad atolondrada
resucitan la capacidad de asombro
de los adultos con hijos grandes.

lupe, su hermana, acaba de cumplir cuatro meses
con cada inocente mirada
baba sobre el antebrazo
sonrisa eléctrica
berreo y llanto
o los desesperados agarres a la teta de la madre
nos vuelve primitivos
conscientes de que no tenemos nada más puro que el amor.

ellas son las nenas de mi hermano y su compañera julieta
las que engrosaron el número de hijos
que él dice que tiene cuando le preguntan: tres.

es que el mayor, manuel, mientras tanto,
debe acomodar sus prontos quince años
a su cuerpo, a su cabeza
a su tercer año del secundario en un nacional
a las exigencias de la nueva familia;
por eso, entre los pedidos de colaboración de su padre
y las demostraciones de cariño con sus hermanas
juega a la pelota con mi hijo, que tiene diez
y que hoy, primero de enero del dos mil catorce
en la zona norte de villa gesell,
compartió una confidencia que ya todos sabemos:
todos ellos pasarán muchos veranos juntos.

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Manu y Santino Dios

Manu y Santino Dios