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Desde los balcones del Congreso


Mariano, cómo te va, me saludó Carlos hace unos días desde su celular. Detrás de su ronca voz se escuchaba un agitado murmullo. Te molesto para contarte que la cámara de diputados acaba de votar una cobertura previsional a nuestro favor. Se produjo breve silencio. El sonido ambiente, del otro lado de la comunicación, era pura algarabía. Genial, Carlos, un alegrón, atiné a decir yo. Qué te parece, dijo, con tono de voz que que estaba a punto de quebrarse. Gracias por hacerme parte de la noticia, Carlos. Por favor, Mariano. Es una victoria de todos, dijo, y cortó.

Las Malvinas para mí siempre fueron un sufrimiento ajeno. Ni en mi familia, ni en círculos sociales cercanos, hubo alguien que hubiese tenido que vivir aquel infierno doméstico. Atesoro algunos vivos recuerdos del circo mediático que se montó durante el conflicto bélico. Durante aquel abril yo asistía al quinto grado de una escuela pública y las noticias que se filtraban desde la calle militarizada nos excitaban como si fuesen goles de Diego Armando Maradona. Luego exilié hacia Israel con mi familia, un par de años después pegamos la vuelta a casa, y mis padres lograron rearmar nuestro presente una vez más. Durante la adolescencia las consecuencias de la guerra se hicieron carne por medio de los lastimosos soldados que pedían limosnas en los trenes privatizados. Habían sido arrojados al olvido y al abandono, pero eso lo entendería después. En aquel momento, aquellos pobres corazones condecorados eran sinónimo de piedad.

Yo tenía mi propio resentimiento contra el Estado ya que el Ejército había asesinado a mi padre y por aquellos años noventa me acerqué a la agrupación Hijos para encontrar algo de alivio. Así fue. Llegó en forma de Escrache a los Genocidas. Pero todavía no estaba en condiciones de asociar mi propio dolor a un quiebre y desbande colectivo.

Hace algunos años atrás entré a trabajar al mismo Estado nacional que tanto daño había hecho. Solo que ahora estaba gestionado por hombres y mujeres más con historias, padecimientos y tradiciones políticas mas parecidos a las de muchos de nosotros. Fue a partir del mundo que se abrió en la función pública que lo conocí a Carlos, por medio de una entrevista que le hicimos para una revista de circulación interna de un Ministerio. El hombre había estado en las islas y había sufrido las consecuencias de la guerra. Un ex combatiente de carne y hueso.

Una de las aclaraciones que compartió con mayor énfasis fue que tanto a él como a los suyos les había dolido más el abandono oficial posterior a la guerra que el horror sufrido en las heladas islas del fin del mundo. Fue en ese pasaje de la conversación que se le quebró la voz, y se le piantó un lagrimón que le surcó la piel morena del pómulo derecho. Su postura corporal, sus gestos duros, sus pocas palabras, conforman una foto inolvidable.

En el 2003 cambió la historia, recordó, aliviado. También la de ellos, los ex soldados, subrayó. El Estado, por fin, se ocuparía de ellos, como también se estaba haciendo con otros sectores de la población que hasta ese momento habían sido vomitados al tacho de la historia. Se los dignificó con los respectivos reconocimientos que había que hacerles por haber peleado por la Patria, pero también, y en especial, con una reparación económica para toda la vida. Una doble pensión que los puso de pie, que les permitió dejar atrás los trenes privatizados y los almanaques de cartón, el llanto, el dolor y el resentimiento por los compañeros suicidados, y volver a proyectar un porvenir propio y colectivo.

También se les ofreció la posibilidad de juntarse, organizarse y participar del diseño de nuevas políticas públicas para sus pares, y sus familias, a través de la Comisión Nacional de Ex Combatientes que depende del Ministerio del Interior. Desde allí, por ejemplo, se impulsa el juzgamiento de los militares que los estaquearon en la helada tierra malvinense, entre otros delitos.

Carlos me llamó desde los balcones del Congreso porque me tiene asociado a la generación política que desde hace algunos años entró a trabajar a la función pública con una profunda vocación de servicio y una sensibilidad social a prueba de medios de comunicación destituyentes, entre otros males de la época, que no solo se sumó a la reconstrucción del rol de garante de derechos de un Estado de nuevo presente, sino también, a la ola de reparaciones históricas a favor de distintos sectores de la sociedad. Los ex combatientes, entre ellos.

Carlos llamó, agradecido, entre vivas de emoción, para hacernos parte de una nueva victoria. Gracias, compañero.

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Manu y Santino Dios

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