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Convencimos



Durante las últimas dos semanas decenas de compañeros salimos a buscar los votos a la calle, a persuadir y ganar voluntades, a dar la discusión “de cara a la sociedad”. Fueron quince largos días, difíciles y desgastantes, en las tres terminales de las líneas San Martín, Belgrano Norte y Mitre de los nuevos ferrocarriles argentinos, en Retiro, por la que transitan decenas de miles de trabajadores. 

En su mayoría, los trabajadores pasaron frente a nuestras narices con el paso apretado, conectados a los auriculares, con la vista fija hacia delante, aparentemente ajenos a la gran final que nos jugamos el domingo; pero muchos otros, cuando nos paramos a su lado, o se frenaron cuando le pusimos el volante en la mano y les dijimos que estamos preocupados por el destino de nuestro país y que queríamos custodiar lo logrado, nos dijeron que nos quedásemos tranquilos, que votarían a Scioli, que Macri no quiere a los pobres, a los humildes, que privatizaría hasta el aire. Otros nos vomitaron sus enojos y urgencias, nos puntearon sus diferencias, y también estuvieron los que no pudimos convencer absolutamente de nada. 





Hablamos con empleados de seguridad privada y limpieza, profesionales, estudiantes de la universidad de buenos aires y otros casas de estudios bonaerenses, obreros de la construcción, agricultores, lavacopas, mozos, ferroviarios, amas de casa, comerciantes y madres con hijos escolares, entre otros. También con muchos jubilados.
El intercambio de palabras siempre fue positivo, ya que conversar con el otro, tal cuál preveíamos, suma. De uno u otro modo, suma. Contagia. Por lo menos despierta interrogantes. Nosotros pudimos empaparnos de realidades –en su mayoría partidos como Pilar, José C. Paz, San Miguel, Escobar, entre otros- que desconocíamos, y ellos tuvieron la chance de escuchar argumentos y cifras que no les llega por ninguna otra vía que la militancia.

Ayer miércoles los científicos con guardapolvo blanco coparon el hall central de la línea Mitre. Eran casi cien, muchos de esos muy jóvenes, y montaron carpas y muestras para que los pasajeros se informasen acerca de los avances y logros que abrazaron durante la última década. Nosotros éramos tres o cuatro veces más que de costumbre. Retiro fue pura fiebre militante. Toda la tarde. Cada pasajero que bajaba del tren y se metía en la boca del subte era abordado por tres o cuatro militantes del llamado proyecto nacional. La energía desbordaba por los cuatro costados.

La elección se gana –si se gana- con la pulsión militante de los sectores de nuestro pueblo que, tal como lo pedía Cristina, se empoderó con los logros que conquistamos todos juntos a lo largo de los últimos años. Somos millones los que queremos seguir construyendo una Argentina grande. Ahí está la victoria. Quizá seamos la mitad más uno. Quizá no. Pero ése músculo que reaccionó con pavor ante la foto que tenemos del otro lado es la garantía de futuro. Es la década ganada. Como le dijimos a tantos durante los últimos días: “Esa película ya la vimos, amigo. No nos suicidemos. Vamos para adelante con Daniel Scioli”. 


El ida y vuelta con ese recorte de pueblo fue intenso, necesario y profundamente emotivo. Aún cuando no nos hayamos entendido. Aún cuando nos hayan disparado con diferencias insalvables o lugares comunes y estigmatizaciones que formatean a gusto las grandes empresas de comunicación. Ya está. La calle siempre será de los que luchamos por la justicia social y una país justo y soberano. Eso somos. No nos disfrazamos.

En las renovadas terminales de trenes tuvimos también la oportunidad de conocer verdaderos tesoros humanos. Compañeros. Hombres y mujeres a pie. Laburantes. Compatriotas con los que compartimos una sensibilidad y una serie de valores.

El Bocha, por ejemplo, un trabajador de Lomas de Zamora, padre de siete hijos, peronista desde la cuna, que está híper consciente de lo que nos jugamos el domingo porque en los noventa tuvo que ponerse a vender choripanes en la esquina de su casa y hoy atiende una parrilla con cuarenta mesas. Ya quedamos que en diciembre, más allá del resultado, iremos a probar las tiras de asado con fritas que con un par de sus hijos sirven a unos metros del Camino Negro.



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Convencer

Convencer es vencer. Torcer la voluntad del otro. Persuadir, seducir. Hoy muchos estamos hablando de eso. Despabilar a los distraídos. Hacerlos entrar en razón, si es que el otro se asume equivocado, o desinformado. Sea del modo que fuese, ahora se torna urgente romper el cerco e ir a conquistar voluntades. Las de los que no nos acompañaron. La de los insatisfechos o fastidiados. La de los que nosotros creemos confundidos. La de los que sufren la sistemática inyección de veneno mediático. La de los que están enojados, con razón, o no, la de los decepcionados, la de los que se cansaron, y cualquier otra explicación, pero que creen que las soluciones llegarán con los chicos blancos que se disfrazan de cambio y felicidad. Los cínicos y perversos.

Convencer es vencer en la discusión que tengamos de acá al 22 con familiares, con los compañeros de estudio y de trabajo, con cualquier conocido. Pero no en las redes sociales, sino cuerpo a cuerpo. Lo mismo con los desconocidos, en la calle. Porque es inconmensurable lo que está en juego. Todas los avances de los últimos años. El país. El futuro, pero también la historia de este bendito país. Pero claro, cómo se tuerce o gana una voluntad, nos preguntamos. Yendo a interpelar al de al lado. No importa que ahora hayan vomitado aquello de la campaña del miedo. Mentira. Les duele la reacción generalizada. Les da miedo.

Convenceremos, en principio, si miramos a los ojos del otro, y lo escuchamos. Cualquiera de nosotros lo puede hacer. No requiere de ninguna virtud. O sí: abrir grandes las orejas y cerrar la boca. Ahí nos enfrentaremos al relato de sus experiencias personales, sus realidades, sus verdades, sus fastidios, o quizá también sus caprichos, sus miserias, su cinismo e hipocresía, su suicidio de clase y hasta su más sentido gorilismo. Al último lo dejaremos ir, pero el resto, nos está diciendo algo.

Solo así, habiendo dado paso a las palabras del interlocutor, podremos luego ofrecer una respuesta, un argumento, una idea, una experiencia personal o colectiva, un dato, una estadística, o contraatacar con toda nuestra virulencia y pasión para exponer nuestra propia verdad. Una verdad que, sabemos, estamos convencidos, es la bandera de las mayorías, porque el modelo de país que venimos sosteniendo desde hace doce años, no hizo más que ampliar derechos y conquistar soberanías. El miedo no es al cambio, sino al retroceso.


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Manu y Santino Dios

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