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Pases en tiempos de desempleo III

- Para mí hay que reventar la peluquería – lanzó el joven de veinticinco años. Tenía puesta una gorra Nike y las patas estiradas sobre una banqueta.
- Es arriesgado, Pá. No conocemos todos sus movimientos- devolvió el que mandaba allí adentro, Uriel, que lo doblaba en edad y que no sacaba la vista de la pantalla de su celular.
- Pero estamos a tiempo, ¿o no?
- No. Ya fue.
- ¿Vos qué pensás? – le dijo el joven a Marcelo, que hasta ese momento no había abierto la boca más que para comer el almuerzo. 

- Yo prefiero ir a la farmacia.
- Claro, pibe. Este recién se suma y ya la tiene más clara que vos –dijo Uriel-. El viernes justo cae día cinco del mes, llega la guita para los sueldos de los seis empleados y aparte tenemos la mosca de la recaudación de ese día y el anterior. Aparte sabemos que nos podemos irnos a la mierda en un solo auto y sin problemas. Creo que podemos rozar las ochenta lucas.

Los tres estaban sentados alrededor de una mesa de plástico, de tipo playera, en una pequeña oficina de paredes blancas y luz artificial que estaba ubicada en la parte de atrás de la pinturería “Tu Color”. Acababan de almorzar unas bandejas de comida china. Eran las dos y media de la tarde y faltaba una hora para volver a abrir al público. El negocio era de Uriel y lo sostenía con dos empleados: el de la gorra y otro de unos treinta y cinco años que había aprovechado la pausa laboral del mediodía para ir a resolver un problema familiar. Marcelo no estaba cómodo pero sí decidido. Era la tercera vez que compartía un rato con esa gente, y la primera en un mano a mano. Los había conocido quince días atrás, después de haber jugado un picado en el Parque Saavedra. Era domingo y gracias al frío y a una fina llovizna, el potrero había sido todo para ellos. Eran como trece jugadores por equipo, pero salió lindo. Pudo correr, distraerse un rato del agobio mental que lo estaba atormentando, y hasta se dio el gusto de tirarle un caño a uno en una jugada que se armó por la derecha, en una zona de tierra dura y despareja. Fue en el cierre del partido que un conocido lo invitó a tomar unas cervezas en la puerta del Chino de García del Río. Ahí conoció a los muchachos. No abrió la boca, pero a los otros no les costó nada sacarle una radiografía. Al otro fin de semana, y de nuevo después del picado, cuando ya había caído la noche, su conocido le presentó a Uriel, que no jugaba a la pelota pero que se mostraba a un costado, sobre un tronco caído, junto a otros compinches. Fue él el que le dijo, luego de estrecharle la mano, que podía darle una mano para saltear las urgencias económicas. Era un corcho quemado que no valía un peso, pero mostraba una seguridad en sí mismo que despertaba respeto. Tenía un aro en la oreja y un celular muy caro en la mano. Él entendido todo enseguida. No lo pensó dos veces. De algún modo ya se había preparado para ese escenario. Lo preveía. Dijo que sí cuando lo citaron a la pinturería, a mitad de la semana.

- No pinta ningún laburo, entonces, ¿Negro? – le tiró de la lengua Uriel, de nuevo embobado con su teléfono de última generación, grande como un libro de bolsillo.
- Sí, ya no tengo más aire.
- Yo acá no puedo tirarte ni una migaja. En cualquier momento tengo que echar a la mierda a alguno de estos dos –advirtió Uriel, con una sonrisa insinuada en los labios.
- Ya me quemé los ahorros y eso que no pagué ni la luz ni el gas.
- Hay un quilombo bárbaro con eso. Están frenados los aumentos –dijo el de la gorra, que no solo navegaba el Youtube para ponerse al día con la música electrónica, sino que también a veces leía algún portal de noticias.
- Sí, pero en cualquier momento les liberan las facturas. Están todos entongados. Estos vinieron a llevarse todo –dijo Uriel.
- ¿Y los otros? También se la afanaron toda –contestó el chico.
- No sé, Pá. Pero había más guita en la calle. Mirá la miseria que hay ahora. Nosotros bajamos un cuarenta por ciento la facturación. 

- Sí –asumió el otro -. Macri gato.
- No hay un cobre en la calle –sumó Marcelo, que se había vestido con jeans y una chomba gastada para la reunión. Los nervios lo traicionaban. Le bailoteaba el labio inferior cada vez que hablaba.
- Por eso hay que ir a buscarlo –dijo Uriel ni bien se puso de pie, y estiró los brazos y exhaló aire de sus pulmones. Tenía buen estado físico. No fumaba ni tomaba alcohol.
- Listo, ¿entonces? –dijo el joven, que también se puso de pie.
- Nos vemos el viernes a las seis de la tarde frente a la entrada del Parque Sarmiento –dijo Uriel, después de guardar su teléfono en el bolsillo de la campera de nylon. Se acercó a Marcelo y luego de apoyarle una mano en el hombro, y mirarlo a los ojos, le dijo: - ¿Vos estás seguro de que querés avanzar con esto?
- Muy seguro.

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Manu y Santino Dios

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